No es lo mismo atreverse a decir “cosas transgresoras” para “mis enemigos”, que decir cosas que suenen transgresoras para “los míos”. Aclaro que utilizo este vocabulario genérico y extremo para que sea más claro lo que quiero desarrollar.
Cuando digo cosas transgresoras para mis oponentes, me siento arengado por el apoyo de los míos. Pero decir algo sin el apoyo de Nadie, y sabiendo que a los míos no les va a gustar, eso es otra cosa.
Cuando me alzo como la voz de un grupo, voy a tratar de contentar las opiniones de ese grupo. Las opiniones que ese grupo tenga sobre mí, puede ser que sean tanto mejores, cuanto más ataque al bando contrario. A medida que esta situación se hace más extrema, se van creando lo que conocemos como ideologías extremistas. Más en contra estoy del “oponente”, más extremo me hago.
Nos creemos, entonces, que estar en un término medio es saludable, y rechazamos los extremos; sin embargo, no vemos que el mecanismo de comportamiento, la estructura lógica, es exactamente la misma desde el minuto uno en que tomo al otro como un “oponente externo”. Aunque lo decore con el diálogo y me diga que yo no soy radical, lo que no puedo ver ahí es que estoy utilizando una estructura que es la base del radicalismo.
De modo que las soluciones no están en moderarse, sino en contemplar TAL Y COMO ES, la estructura lógica que me mueve y que crea la percepción de separación y amenaza entre las personas que opinan distinto.
Así se van generando estos “bandos ideológicos”, en los cuales me siento protegido, y en los cuales no quiero pelear, dentro de ellos, pues me incomodaría mucho. Pelearme con el contrario me da fuerzas, pero con los de dentro me las quita. Así voy constituyendo una forma de hablar que no irrite a los míos. Les voy a decir lo que les gusta oir. Me voy acomodando cada vez más, y me voy olvidando cada vez más de quién soy. Así funcionan las ideologías.
De este modo, cuando uno, dentro de un grupo, empieza a pensar diferente del grupo, se va a sentir muy incómodo, porque va a recibir las críticas de “los suyos”, y esas sí le duelen (quizás las del contrario no). Me callo lo que verdaderamente quiero decir, porque tengo miedo a que “mi grupo” me rechace, me critique, me diga que soy tal o soy cual, que he cambiado, que me estoy volviendo loco...etc.
Sin embargo, es cuando me salgo de mi propio molde, de mi propio grupo, cuando empieza a tomar forma real lo que verdaderamente soy, cuando dejo de ser el molde de una ideología familiar, política, de amigos, deportiva o del tipo que sea.
Por supuesto que siempre tendré una tendencia de preferencia hacia una ideología, un grupo, una determinada forma de ver la vida; pero no es lo mismo que esa preferencia sea una música de fondo, a que sea el director de la orquesta de mi vida.
Cuando digo cosas transgresoras para mis oponentes, me siento arengado por el apoyo de los míos. Pero decir algo sin el apoyo de Nadie, y sabiendo que a los míos no les va a gustar, eso es otra cosa.
Cuando me alzo como la voz de un grupo, voy a tratar de contentar las opiniones de ese grupo. Las opiniones que ese grupo tenga sobre mí, puede ser que sean tanto mejores, cuanto más ataque al bando contrario. A medida que esta situación se hace más extrema, se van creando lo que conocemos como ideologías extremistas. Más en contra estoy del “oponente”, más extremo me hago.
Nos creemos, entonces, que estar en un término medio es saludable, y rechazamos los extremos; sin embargo, no vemos que el mecanismo de comportamiento, la estructura lógica, es exactamente la misma desde el minuto uno en que tomo al otro como un “oponente externo”. Aunque lo decore con el diálogo y me diga que yo no soy radical, lo que no puedo ver ahí es que estoy utilizando una estructura que es la base del radicalismo.
De modo que las soluciones no están en moderarse, sino en contemplar TAL Y COMO ES, la estructura lógica que me mueve y que crea la percepción de separación y amenaza entre las personas que opinan distinto.
Así se van generando estos “bandos ideológicos”, en los cuales me siento protegido, y en los cuales no quiero pelear, dentro de ellos, pues me incomodaría mucho. Pelearme con el contrario me da fuerzas, pero con los de dentro me las quita. Así voy constituyendo una forma de hablar que no irrite a los míos. Les voy a decir lo que les gusta oir. Me voy acomodando cada vez más, y me voy olvidando cada vez más de quién soy. Así funcionan las ideologías.
De este modo, cuando uno, dentro de un grupo, empieza a pensar diferente del grupo, se va a sentir muy incómodo, porque va a recibir las críticas de “los suyos”, y esas sí le duelen (quizás las del contrario no). Me callo lo que verdaderamente quiero decir, porque tengo miedo a que “mi grupo” me rechace, me critique, me diga que soy tal o soy cual, que he cambiado, que me estoy volviendo loco...etc.
Sin embargo, es cuando me salgo de mi propio molde, de mi propio grupo, cuando empieza a tomar forma real lo que verdaderamente soy, cuando dejo de ser el molde de una ideología familiar, política, de amigos, deportiva o del tipo que sea.
Por supuesto que siempre tendré una tendencia de preferencia hacia una ideología, un grupo, una determinada forma de ver la vida; pero no es lo mismo que esa preferencia sea una música de fondo, a que sea el director de la orquesta de mi vida.
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