"Primero pongo mi “atención” en un pensamiento, automáticamente después de doy mi credibilidad, y entonces ya tengo ahí atrapada mi identidad. Así se gestan las creencias, y quedan cristalizadas, condicionando toda nuestra vida. La creencia tiene mi energía porque encaja en mi lógica, porque, según mi experiencia pasada, aquel pensamiento es factible. Por tanto, la creencia se alimenta del pasado, de toda mi experiencia. Por ejemplo: mi bagaje moral me dice que tengo que ser una buena persona. La sensación de sentirme una buena persona es la que persigo. Necesito sentirla, pues si no, lo que siento es culpa, y no me gusta esa sensación. Por tanto, huyo de la culpa y persigo el bienestar de una conciencia tranquila. De esta forma voy a elegir actuar en función de sentir o no sentir estas cargas. No soy YO quien elige cómo actuar, sino que es la carga, la sensación que persigo o la sensación de la que huyo, la que maneja mis elecciones.
Así veo que es un observador externo donde tengo colocada mi identidad, es la idea, la creencia de ser buena persona la que actúa para mí. Es el traje de buena persona quien va a tomar las decisiones que dirigirán mi vida.
Sin embargo, es muy importante darnos cuenta de que esa creencia no tiene fuerza alguna si YO no le doy energía, si yo no le doy mi credibilidad. ¿Qué pasa cuando observo esa imagen de mí mismo como buena persona, sin darle credibilidad? Lo que sucede es que, inmediatamente, veo que YO no soy aquello, y aquello deja de tener mi identidad y, por tanto, deja de proyectar ese tipo de experiencia para mí.
Para la mayoría de personas, todo el tiempo tienen puesta su atención, su credibilidad y su energía en lo externo, en creencias aprendidas, en personajes que intentamos llegar a ser, en ideologías...etc. Sin embargo, cuando comenzamos a prestar más atención al CENTRO que da la energía y credibilidad a todo aquel extrarradio de identidades, éste comienza a tener la capacidad de actuar, pues nuestra atención le da PERMISO para hacerlo. De otra forma, si toda mi atención está en la periferia, serán los observadores externos con los que me identifico los que tienen mi permiso y poder para actuar. Soy YO, en todo momento, quien les está dando la autoridad, la creencia y la energía suficientes para que puedan dirigir el cotarro. Esto no lo podemos olvidar, pues ahí está la base de toda nuestra transformación: ¿Cuál es mi CENTRO?
Desde ese CENTRO no tengo la percepción divisiva que adquiero cuando pongo mi identidad en uno de los observadores externos. Desde ese CENTRO, la observación incluye absolutamente todo: no descarta a éste o a aquel porque no me gusta cómo piensan. No se fuerza a incluir a todos por un mandato moral; sino que es inclusiva por esencia y porque, por lógica, no puede excluir a nada, pues todo parte de ella misma: excluir algo, sería como cortarse a sí mismo un dedo: no es lógico.
Esta inclusividad en esencia es la que, cuando ponemos atención en el CENTRO y la sentimos, nos aporta una sensación de plenitud, de serenidad; pues solo en la división puede existir el miedo. Si nuestra atención está puesta en lo indivisible, el AMOR, que es aquello que no vemos cuando nuestra atención e identidad están en lo dividido, es conocido. Ese AMOR no se crea ni se destruye, ni hay que cultivarlo, ni regarlo como una planta, porque simplemente ES. Ante la presencia de ese AMOR (no del impulso que nos lleva a elegir a una única persona, sino a ese AMOR que trasciende la persona concreta) el miedo no tiene posibilidad de existir.
Lo más paradójico de todo es, quizás, que ese CENTRO no tiene centro, pues se manifiesta como amplitud total, como aquello que incluye TODO y de lo que TODO surge."
Así veo que es un observador externo donde tengo colocada mi identidad, es la idea, la creencia de ser buena persona la que actúa para mí. Es el traje de buena persona quien va a tomar las decisiones que dirigirán mi vida.
Sin embargo, es muy importante darnos cuenta de que esa creencia no tiene fuerza alguna si YO no le doy energía, si yo no le doy mi credibilidad. ¿Qué pasa cuando observo esa imagen de mí mismo como buena persona, sin darle credibilidad? Lo que sucede es que, inmediatamente, veo que YO no soy aquello, y aquello deja de tener mi identidad y, por tanto, deja de proyectar ese tipo de experiencia para mí.
Para la mayoría de personas, todo el tiempo tienen puesta su atención, su credibilidad y su energía en lo externo, en creencias aprendidas, en personajes que intentamos llegar a ser, en ideologías...etc. Sin embargo, cuando comenzamos a prestar más atención al CENTRO que da la energía y credibilidad a todo aquel extrarradio de identidades, éste comienza a tener la capacidad de actuar, pues nuestra atención le da PERMISO para hacerlo. De otra forma, si toda mi atención está en la periferia, serán los observadores externos con los que me identifico los que tienen mi permiso y poder para actuar. Soy YO, en todo momento, quien les está dando la autoridad, la creencia y la energía suficientes para que puedan dirigir el cotarro. Esto no lo podemos olvidar, pues ahí está la base de toda nuestra transformación: ¿Cuál es mi CENTRO?
Desde ese CENTRO no tengo la percepción divisiva que adquiero cuando pongo mi identidad en uno de los observadores externos. Desde ese CENTRO, la observación incluye absolutamente todo: no descarta a éste o a aquel porque no me gusta cómo piensan. No se fuerza a incluir a todos por un mandato moral; sino que es inclusiva por esencia y porque, por lógica, no puede excluir a nada, pues todo parte de ella misma: excluir algo, sería como cortarse a sí mismo un dedo: no es lógico.
Esta inclusividad en esencia es la que, cuando ponemos atención en el CENTRO y la sentimos, nos aporta una sensación de plenitud, de serenidad; pues solo en la división puede existir el miedo. Si nuestra atención está puesta en lo indivisible, el AMOR, que es aquello que no vemos cuando nuestra atención e identidad están en lo dividido, es conocido. Ese AMOR no se crea ni se destruye, ni hay que cultivarlo, ni regarlo como una planta, porque simplemente ES. Ante la presencia de ese AMOR (no del impulso que nos lleva a elegir a una única persona, sino a ese AMOR que trasciende la persona concreta) el miedo no tiene posibilidad de existir.
Lo más paradójico de todo es, quizás, que ese CENTRO no tiene centro, pues se manifiesta como amplitud total, como aquello que incluye TODO y de lo que TODO surge."
Fragmento del libro "LOS FOTOGRAMAS INVISIBLES: La Economía en Convergencia", de Laura Fernández Campillo
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