Escucho un ideal: “la persona verdaderamente
humilde hace tal o cual cosa”, “el sabio no es así, sino que es asá”,
“la persona que vive el Ser se siente plena”... etc. etc.... y entonces
me miro a mí y me digo: “puf, entonces yo no soy verdaderamente
humilde, yo no soy sabio, no siento verdaderamente el Ser...”
“¡entonces soy un desastre! ¡nunca alcanzaré la perfección!” o bien me
digo: “voy a esforzarme por ser mejor, por ser más humilde, por ser más
sabio..." Todo esto, hasta que me canso de esforzarme por ser mejor, pues veo
que ese esfuerzo no me conduce a ningún lugar más allá del lugar en el
que me disfrazo una vez más para tratar de ser alguien que no soy.
La observación contempla lo que uno es en realidad, sin tapujos, sin ideales, sin “llegar a ser”. Si soy soberbio, me observo sin culparme; si soy un tonto, observo mi tontería sin compararme; si me siento vacío y no siento al Ser, observo mi vacío y la tristeza que produce, así, sin más, sin aderezos, sin metas, sin “yo puedo” o “yo no puedo”.
Y es ahí, en aquel acto tan aparentemente sencillo y al tiempo tan complejo, tan sincero con uno mismo, donde crece el verdadero amor, ése que no se puede cultivar o hacer crecer, porque simplemente está ahí antes de nuestra existencia.
La observación contempla lo que uno es en realidad, sin tapujos, sin ideales, sin “llegar a ser”. Si soy soberbio, me observo sin culparme; si soy un tonto, observo mi tontería sin compararme; si me siento vacío y no siento al Ser, observo mi vacío y la tristeza que produce, así, sin más, sin aderezos, sin metas, sin “yo puedo” o “yo no puedo”.
Y es ahí, en aquel acto tan aparentemente sencillo y al tiempo tan complejo, tan sincero con uno mismo, donde crece el verdadero amor, ése que no se puede cultivar o hacer crecer, porque simplemente está ahí antes de nuestra existencia.
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