"Había dejado temprano su casa. Desde el
principio, no la sintió su casa. Prefirió caminar y explorar sin tener
un rumbo definido, acompañado siempre de esa sensación de vacío, de
incomprensión, de constante pregunta... Observaba todo al caminar,
y no entendía por qué las personas parecían sentirse tan cómodas en
aquella repetición diaria a la que llamaban vida. Siguió caminando,
conoció policías, jueces, santos y maestros... todos le mostraban su
opinión sobre el camino, todos le dijeron cómo andar, cómo comer, cómo
beber, cómo vivir... le señalaron sus errores y le mostraron el “camino
correcto”. Pero el joven, que ya había aprendido en su casa de
nacimiento a tratar de seguir el impulso propio, consiguió deshacerse de
las incesantes y atrayentes propuestas de “los demás”.
Un día se cansó de caminar, y decidió entrar a reposar en una hermosa hacienda con un cartel que decía: “Pase por aquí, viajero del camino”. Fue recibido con tantos parabienes que, por un momento, creyó sentirse en su verdadera casa. Le ofrecieron nuevos vestidos y banquetes copiosos. Le mostraron la sencilla forma de conseguir los tesoros de la reina, sin robárselos a nadie, simplemente utilizando la magia que aquel grupo de personas guardaba desde tiempo inmemorial. Sin embargo, el joven pronto comenzó a dudar nuevamente de sus ropas y de sus riquezas; le pareció que el vestido era el mismo de siempre, un poco más vistoso ahora, y en las joyas no encontró el más mínimo interés. Cuando les dijo a sus nuevos amigos que él no podía seguir perteneciendo a aquello, éstos se enojaron tanto que le enviaron al túnel de los fracasados, de los perdidos, de los que están fuera del entorno de “la verdad”.
Por un tiempo transitó por la sala de la tristeza, por la del miedo, por la de la incertidumbre y por la del vacío. En todas ellas entraba y trataba de salir rápidamente, pero pronto se dio cuenta de que aquello le producía aún más dolor. Un día, agotado ya de caminar, sin fuerzas para adelantar sus piernas, se sentó en el suelo del pasillo que unía todas aquellas puertas, y entonces escuchó una voz que le decía: “si tienes la suerte de transitar la calle del fracaso, si eres tan afortunado como para haber entrado en la sala del vacío, si tienes la fortuna de poder mirar de frente al temor y de creer que no sabes nada, no desaproveches la oportunidad huyendo de esta hacienda sin descubrir que estás en la antesala que te conduce a la verdad”. Aquella voz, a diferencia de todas las anteriores que había escuchado durante el camino, parecía salir de las profundidades de sí mismo, de la intimidad sin tiempo que había sentido en todo aquel caminar. Decidió escucharla y entrar a investigar. De pronto no tenía miedo de la oscuridad. Una especie de fuerza, de energía, le empujaba a salir de la habitación, pero resistió durante un rato hasta que, ante su sorpresa, el dolor desapareció. Empezó a sentir el calor de aquella “chimenea” conocida que no tenía el aroma de la confusión de los caminos, de las haciendas, de los jueces y de los maestros. Aquella casa única empezaba a mostrarse en cada pequeño y recóndito lugar, incluso en aquellas salas oscuras porque, en realidad, había descubierto que no había ningún lugar al que llegar, ni nada que buscar, ni ningún sitio en el que no estuviera en Casa."
Un día se cansó de caminar, y decidió entrar a reposar en una hermosa hacienda con un cartel que decía: “Pase por aquí, viajero del camino”. Fue recibido con tantos parabienes que, por un momento, creyó sentirse en su verdadera casa. Le ofrecieron nuevos vestidos y banquetes copiosos. Le mostraron la sencilla forma de conseguir los tesoros de la reina, sin robárselos a nadie, simplemente utilizando la magia que aquel grupo de personas guardaba desde tiempo inmemorial. Sin embargo, el joven pronto comenzó a dudar nuevamente de sus ropas y de sus riquezas; le pareció que el vestido era el mismo de siempre, un poco más vistoso ahora, y en las joyas no encontró el más mínimo interés. Cuando les dijo a sus nuevos amigos que él no podía seguir perteneciendo a aquello, éstos se enojaron tanto que le enviaron al túnel de los fracasados, de los perdidos, de los que están fuera del entorno de “la verdad”.
Por un tiempo transitó por la sala de la tristeza, por la del miedo, por la de la incertidumbre y por la del vacío. En todas ellas entraba y trataba de salir rápidamente, pero pronto se dio cuenta de que aquello le producía aún más dolor. Un día, agotado ya de caminar, sin fuerzas para adelantar sus piernas, se sentó en el suelo del pasillo que unía todas aquellas puertas, y entonces escuchó una voz que le decía: “si tienes la suerte de transitar la calle del fracaso, si eres tan afortunado como para haber entrado en la sala del vacío, si tienes la fortuna de poder mirar de frente al temor y de creer que no sabes nada, no desaproveches la oportunidad huyendo de esta hacienda sin descubrir que estás en la antesala que te conduce a la verdad”. Aquella voz, a diferencia de todas las anteriores que había escuchado durante el camino, parecía salir de las profundidades de sí mismo, de la intimidad sin tiempo que había sentido en todo aquel caminar. Decidió escucharla y entrar a investigar. De pronto no tenía miedo de la oscuridad. Una especie de fuerza, de energía, le empujaba a salir de la habitación, pero resistió durante un rato hasta que, ante su sorpresa, el dolor desapareció. Empezó a sentir el calor de aquella “chimenea” conocida que no tenía el aroma de la confusión de los caminos, de las haciendas, de los jueces y de los maestros. Aquella casa única empezaba a mostrarse en cada pequeño y recóndito lugar, incluso en aquellas salas oscuras porque, en realidad, había descubierto que no había ningún lugar al que llegar, ni nada que buscar, ni ningún sitio en el que no estuviera en Casa."
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