Estos días vengo preguntándome por qué razón encumbramos a ciertas personas y descartamos a otras. Es evidente que cada sociedad crea una imagen del hombre y la mujer perfectos, y aquellos y aquellas que más se acercan, son admirados por ello. Esta imagen está creada en función de las creencias que nos mantienen en constante sufrimiento, de modo que la obsesiva búsqueda de ser como la imagen, solo produce más y más dolor. Es curioso, pero debemos de pensar que aquellos que se corresponden más con el ideal, son más felices, sin darnos cuenta de que ellos también andan buscando, como los demás, un ideal más perfecto aún al que parecerse.
Creo que esto es tan evidente, que lo que es inexplicable es que sigamos moviéndonos con el motor de estas imágenes ideales. Sin embargo, si dejamos a un lado todo este ruido imaginario, y vamos a mirar en lo que somos, la impresión inicial es que vamos a encontrar algo “más feo”, no tan deslumbrante como la película que hemos colocado en el lugar principal. Creo que es esta idea la que más nos confunde, pues la realidad tiene su propia belleza, ajena a los cánones, creencias y estigmas sociales.
Esta sociedad admira unas determinadas profesiones, y ha decidido que esas profesiones deben ser mejor remuneradas que otras, “menos importantes”. ¿Quién decide la importancia de una profesión? Si observamos en la historia, en cada momento, en cada sociedad, en cada lugar, han existido profesiones diferentes que se han encumbrado por distintos motivos. Tengo la impresión de que esto sucede, porque los seres humanos miramos con más frecuencia fuera de nosotros, que dentro, para buscar aquello que queremos hacer. Es decir, cuando una persona ve a su amigo, vecino, familiar, o héroe televisivo ganando mucho dinero y siendo muy admirado/a con determinada profesión, entonces surge en él/ella el deseo de encontrarse en la misma situación. Quizás comience a hacer algo parecido para alcanzar ese status. Se olvidará por completo de lo que su ser realmente quiere hacer, por hacer lo mismo que otras personas, para obtener un trocito más de esa imagen ideal que está seguro/a de que se puede conseguir. Entonces, a medida que esa persona avanza en esa profesión, irá poniendo de manifiesto su conflicto: su ser le pide hacer algo distinto, pero su cabeza y la imagen de la perfección, le están pidiendo hacer otra cosa. Así la persona sigue sumida en el deseo de algo diferente, aunque a los ojos de los demás ya haya alcanzado todas las metas posibles.
¿Qué sucedería si en lugar de escuchar las imposiciones y ofertas externas, escuchásemos a nuestro interior que nos pide a gritos hacer lo que amamos? Me pregunto si, cada uno hiciese aquello que verdaderamente su naturaleza le invita hacer, si tendría sentido la competencia. ¿Para qué competir con nadie, si solamente tú vas a hacer como lo haces tú, aquello para lo que la naturaleza te ha creado?
Creo que la elección de las tareas laborales, así como de cualquier tarea que hagamos en la vida, está íntimamente relacionada con una vida de sufrimiento, o bien con una vida de coherencia.
Creo que esto es tan evidente, que lo que es inexplicable es que sigamos moviéndonos con el motor de estas imágenes ideales. Sin embargo, si dejamos a un lado todo este ruido imaginario, y vamos a mirar en lo que somos, la impresión inicial es que vamos a encontrar algo “más feo”, no tan deslumbrante como la película que hemos colocado en el lugar principal. Creo que es esta idea la que más nos confunde, pues la realidad tiene su propia belleza, ajena a los cánones, creencias y estigmas sociales.
Esta sociedad admira unas determinadas profesiones, y ha decidido que esas profesiones deben ser mejor remuneradas que otras, “menos importantes”. ¿Quién decide la importancia de una profesión? Si observamos en la historia, en cada momento, en cada sociedad, en cada lugar, han existido profesiones diferentes que se han encumbrado por distintos motivos. Tengo la impresión de que esto sucede, porque los seres humanos miramos con más frecuencia fuera de nosotros, que dentro, para buscar aquello que queremos hacer. Es decir, cuando una persona ve a su amigo, vecino, familiar, o héroe televisivo ganando mucho dinero y siendo muy admirado/a con determinada profesión, entonces surge en él/ella el deseo de encontrarse en la misma situación. Quizás comience a hacer algo parecido para alcanzar ese status. Se olvidará por completo de lo que su ser realmente quiere hacer, por hacer lo mismo que otras personas, para obtener un trocito más de esa imagen ideal que está seguro/a de que se puede conseguir. Entonces, a medida que esa persona avanza en esa profesión, irá poniendo de manifiesto su conflicto: su ser le pide hacer algo distinto, pero su cabeza y la imagen de la perfección, le están pidiendo hacer otra cosa. Así la persona sigue sumida en el deseo de algo diferente, aunque a los ojos de los demás ya haya alcanzado todas las metas posibles.
¿Qué sucedería si en lugar de escuchar las imposiciones y ofertas externas, escuchásemos a nuestro interior que nos pide a gritos hacer lo que amamos? Me pregunto si, cada uno hiciese aquello que verdaderamente su naturaleza le invita hacer, si tendría sentido la competencia. ¿Para qué competir con nadie, si solamente tú vas a hacer como lo haces tú, aquello para lo que la naturaleza te ha creado?
Creo que la elección de las tareas laborales, así como de cualquier tarea que hagamos en la vida, está íntimamente relacionada con una vida de sufrimiento, o bien con una vida de coherencia.
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