Esta mañana escuchaba la noticia de que el colectivo peor valorado por los españoles, según una encuesta del CIS, es el de los jueces. Al igual que los políticos, o los banqueros, estamos empezando a ver cómo un colectivo completo se lleva la etiqueta que le corresponde a una parte. También esta mañana he leído un interesantísimo artículo de Jesús López-Medel, abogado del Estado y ex-diputado del PP, publicado en El Mundo el pasado día 4 de Marzo, en el que habla de los “políticos honestos pero silentes”, de la necesidad de que alcen sus voces y denuncien la situación. Y sus divagaciones me han hecho recordar los tiempos en los que, trabajando en banca, me debatía justamente en esta cuestión altamente planteada y poco practicada por la humanidad: la responsabilidad individual.
En todos los colectivos hay personas que observan las aberraciones que se cometen a diario, contemplando la barbarie de sus consecuencias, y lo hacen en silencio. También, por miedo, siguen la corriente de los demás, aunque conozcan perfectamente el problema. Me viene a la memoria la frase de Edmund Burke: “Lo único necesario para el triunfo del mal, es que los buenos no hagan nada”, y no dejo de pensar en la importancia que hoy en día adquieren estas palabras.
Esta situación nos lleva a justificar nuestros actos individuales, "porque me lo mandan", "porque sigo órdenes", "yo hago lo que me piden, y punto", "no me pagan para pensar"… etc. Así que, acompañado por el miedo, en lugar de actuar correctamente, me dejo llevar por la corriente general.
Esta situación nos lleva a justificar nuestros actos individuales, "porque me lo mandan", "porque sigo órdenes", "yo hago lo que me piden, y punto", "no me pagan para pensar"… etc. Así que, acompañado por el miedo, en lugar de actuar correctamente, me dejo llevar por la corriente general.
¿Hasta qué punto puedo continuar haciendo algo de lo que conozco perfectamente sus consecuencias nefastas, silenciando y obedeciendo, y al mismo tiempo protestar? ¿Esta actitud se puede mantener mucho tiempo?
Recuerdo cada día a mis ex-compañeros de banca y comprendo lo que estarán pasando en este momento. Sin embargo, no puedo darles palabras de compasión, sino más bien de fortaleza para no dejarse llevar por ese pensamiento único y dominante que habita en casi todos los colectivos, ofreciendo una única posibilidad para actuar dentro de ellos. Me gustaría recordarles que otras formas de actuar son posibles, y que de sus decisiones de hoy, dependen muchas personas mañana.
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